A lo largo de mi vida profesional como médica de familia había pensado muchas veces en la posibilidad de trabajar en un consultorio rural. Y siempre la había descartado. Entre los motivos estaba el temor a trabajar en solitario. En un centro urbano o semi-urbano grande siempre tienes compañeros con los que contar en caso de apuro.
Por otro lado, siempre he sido una mujer rural. Yo soy de pueblo y al pueblo me volví a vivir cuando terminé la especialidad. Me gusta la sensación de que el tiempo corre a una velocidad diferente, el sentirme parte de algo como si fuera un elemento más y no solo un visitante. Las relaciones que se establecen entre las personas, los paisajes. también pensaba que esos eran precisamente los motivos para no querer trabajar en el pueblo en el que vivo. Pero en un determinado momento las circunstancias me empujaron a irme a trabajar cerca de casa. Con todos los miedos que eso me generaba.
Tras 5 años, pandemia mediante, puedo decir que no me arrepiento. Trabajar en rural ha supuesto recuperar el ser médica de familia. Comunicación, atención a la enfermedad crónica, a la fragilidad, a las urgencias, uso de tecnología como la ecografía, cuidados paliativos y atención al final de la vida en domicilio, abordar todas las ramas de la medicina, hace algo de pediatría (en mi centro viene una pediatra dos días a la semana), actividades comunitarias, relaciones con el ayuntamiento, la farmacia y el colegio y las diferentes asociaciones vecinales. Nada es extraño.
Mi situación es particular: soy la médica de familia del pueblo en el que nací, del que proceden mis familias de origen y en el que he vivido la mayor parte de mi vida. Formo parte de la comunidad: soy una vecina más, participo en actividades lúdicas, en las relaciones, mis hijos van al colegio del pueblo y a las actividades y mi marido tiene tantas relaciones personales como yo. Tengo amigos que ahora son mis pacientes y pacientes que son mis vecinos, o mis compañeros de la banda de música o amigos de mis padres o de mis abuelos. Estoy integrada en la comunidad. En la consulta debo trabajar con todas esas redes. Mi conocimiento de los eventos sociales, vecinales y familiares me ayuda. Mis relaciones externas influyen en la consulta, en su dinámica y en la relación médico-paciente. Es imposible compartimentalizarse, hay que ser consciente del modo en que influyen estas complejas relaciones. Es un aprendizaje continuo. Un ejemplo: hay muchas veces en que no necesito hacer un genograma formal para hacerme una idea de la complejidad familiar. Pero hacerlo me ayuda a hablar sobre el tema con los pacientes.
Creo que ser médico/a rural supone aceptar que eres más que un trabajador de tu servicio de salud, eres parte del tejido comunitario y se espera de ti que lo aceptes y actúes en consecuencia. También tienes que adaptarte, mucho más que en lo urbano, a los modos locales. En cierto sentido tú eres el extranjero, el extraño que llega al pueblo. Aunque yo tengo la ventaja de ser del pueblo. Eso me ayuda a comprender muchas cosas, muchos comportamientos y a poder trabajar desde dentro cuando hablamos de hábitos de vida. Solo he sido consciente de ello al compartir debates y conversaciones con compañeros que vienen de visita. Mis tiempos son diferentes, pero son más parecidos a los tiempos del exterior del consultorio.
Ser médico/a rural supone ser capaz de aceptar algunas limitaciones y actuar en consecuencia:
- no puedes saberlo todo y muchas veces tienes que dar respuesta a preguntas que desconoces. Tienes que ser capaz de reconocer que no sabes algo, que lo vas a estudiar y lo compartirás con los afectados. Humildad de conocimiento.
- es importante ser exquisito con la confidencialidad. Te encontrarás con tus pacientes en los lugares comunes y nadie tiene que saber si son o no tus pacientes. Eso tiene sus riesgos y a veces se vive como falta de interés por tu parte. Necesitas explicar que no puedes preguntar por la salud de nadie en público.
- tienes que ser muy reflexivo. Darte tiempo y dar tiempo. Creo que no es posible vivir la medicina como solo un trabajo, porque no dejas de ser la médica cuando estás en la calle. Necesitas saber gestionar unos límites difusos entre tu vida laboral y personal.
El trabajo en el mundo rural es el gran desconocido. En un mundo médico en el que ya se piensa que la medicina de familia es una actividad poco desarrollada, poco compleja y aburrida, lo rural además está rodeado de un halo de pobreza (económica e intelectual). Lo interesante siempre se coloca en las ciudades. Creo que, solo pasando tiempos en el grado, en el MIR, en consultas rurales se puede apreciar la elevada complejidad del trabajo que realizamos. Toda la medicina (y más que la medicina) nos interesa, nada nos es ajeno. No podemos decir «esto no es mío, vaya a otro». Y tenemos que abordarlo casi cada día.
Creo que no hubiera sido capaz de trabajar en un centro rural en el momento en que terminé la especialidad. Yo no estaba preparada. He tenido que reunir mi propio bagaje para sentirme segura aquí. Me recuerda mucho a la trilogía El Juez de Egipto, de Christian Jacq. En ella una mujer se prepara para ser médica. Solo después de haber pasado por muchas especialidades y experiencia y estudio, puede aspirar a ser generalista. Porque esa es la parte más compleja de la medicina.
Pero creo que es posible empezar una vida profesional en rural, pero hay que poner en marcha algunas facilidades: alojamientos y compensación económica, formación continuada y reciclajes, tecnología y redes de apoyo. Y tienen que existir opciones para que también puedas mantener tu proyecto de vida, no solo tu trabajo.
En el mundo urbano los cambios sociales son más patentes. La atención primaria que pensamos no acaba de encajar con la forma de vida de una población que ha cambiado. Es difícil dar a conocer la enorme belleza de la medicina de familia y el impacto que tiene en las personas cuando no hay tiempo de pararse a disfrutarlo. Creo que en rural los tiempos siguen siendo diferentes, se valoran aspectos diferentes (tal vez no siempre ni en todos los lugares). Ser parte de la comunidad supone que, si un paciente me grita en la sala de espera, me encontrará más tarde en la tienda y puede que sus hijos estén con los míos en el cole. Es más difícil tratar como un objeto a quien conoces y con quien compartes parte de tu vida. Te conviertes en parte de la historia vital de tus pacientes, no solo de su historia de salud/enfermedad.
Todavía percibo algunas dificultades. Algunas de ellas dependen de otras instituciones. Por ejemplo, los Colegios de Médicos están pensados y organizados para los médicos de las capitales. Incluso con la pandemia es difícil participar si no vives cerca. La universidad tiene el mismo problema. Para los médicos del hospital junto a la facultad es fácil dejar sus tareas clínicas dos horas y estar con los alumnos. A mí me supone un turno. O lo hago fuera de jornada, con el impacto que eso tiene en mi vida familiar. La formación continuada es otro elemento que necesita repensarse y acercarse. Estos dos años de pandemia nos han mostrado que hay tecnología que facilita el acercamiento y el contacto. Pero también hay que invertir para que podamos estar en esos lugares.
En conclusión: soy mujer y médica rural, integrada en la comunidad con la que trabajo. Mantenerme actualizada, investigar y participar en las instituciones me supone un esfuerzo importante, pero es esencial en mi forma de pensar la medicina. Creo que merece la pena trabajar en un entorno donde puedes desarrollar todas las habilidades y conocimientos y donde se te reconoce por ello. Pero también exige un esfuerzo personal hacerlo. El entorno rural nos personaliza, con todo lo bueno y lo malo. No es limitante para la práctica clínica pero sí puede serlo para la vida personal. Pero tal vez necesitamos aprender a vivir a otro ritmo.
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